EL ZAPATERO POBRE

Había una vez un zapatero que se quejaba a Dios continuamente de su extrema pobreza.

Un día bajó el Señor a la tierra en forma de mendigo y se acercó a su casa y le dijo:"Hermano, hace tiempo que no como y me siento muy cansado, aunque no tengo ni una moneda quisiera pedirte que me arreglaras mis sandalias para poder seguir caminando".

El zapatero le respondió:" ¡Yo soy muy pobre y ya estoy cansado de que todo el mundo viene a pedir y nadie viene a dar!".

El Señor le contestó: " Yo puedo darte lo que tu quieras".

El zapatero le preguntó:"¿Dinero inclusive?".

El Señor le respondió:"Yo puedo darte 10 millones de euros, pero a cambio de tus piernas" - "¿Para qué quiero yo 10 millones de euros si no voy a poder caminar, bailar, moverme libremente?", dijo el zapatero.

Entonces el Señor replicó: Esta bien, te podría dar 100 millones de euros a cambio de tus brazos". El zapatero respondió:"¿Para qué quiero yo 100 millones de euros si no voy a poder comer solo, trabajar, jugar con mis hijos?.

Entonces el Señor le dijo:"En este caso, yo te puedo dar 1000 millones de euros a cambio de tus ojos". El zapatero respondió asustado:"¿Para qué me sirven 1000 millones de euros si no voy a ver el amanecer, ni a mi familia y amigos, ni todas las cosas que me rodean?".

Entonces el Señor le dijo:"Ah hijo mío, ya ves que fortuna tienes y no te das cuenta".

TE COMPRO UNA HORA

El niño tenía once años. El niño era estudioso, normal y cariñoso con sus padres. Pero el niño le daba vueltas a algo en la cabeza. Su padre trabajaba mucho, lo ganaba bien y estaba todo el día en sus negocios. El hijo le admiraba porque "tenía un buen puesto".

Cierto día el niño esperó a su padre, sin dormirse, y cuando llegó a casa, le llamó desde la cama:

– Papá –le dijo- ¿cuánto ganas cada hora?.
– Hijo, no sé, bastante. Pon, si quieres, dos mil pesetas. ¿Por qué?
– Quería saberlo.
– Bueno, duerme.


Al día siguiente, el niño comenzó a pedir dinero a su mamá, a sus tíos, a sus abuelos. En una semana tenía mil quinientas pesetas. Y al regresar otro día, de noche, su padre, le volvió a llamar el niño:

– Papá, dame quinientas pesetas que me hacen falta para una cosa muy importante...
– ¿Muy importante, muy importante? Tómalas y duerme.
– No, papá, espera. Mira. Tengo dos mil pesetas. Tómalas. ¡Te compro una hora! Tengo ganas de estar contigo. De hablar contigo. A veces me siento muy solo. Y tengo envidia de otros chicos que hablan con su padre...

El padre le abrazó.