QUITAR LA CAPACIDAD


Una vieja leyenda hindú habla de una época en la cual todos los hombres eran dioses. Pero emplearon mal su divinidad, tanto que Brahma, el maestro de los dioses, decidió quitarles la capacidad divina y ocultarla en un lugar donde sería imposible que la encontraran. Así, el mayor problema era encontrar un escondite.

Cuando convocaron a los dioses de menor importancia para consultar cómo solucionar este problema, propusieron: "Enterremos la divinidad del hombre en la tierra." Pero Brahma contestó: "No, eso no es suficiente, porque el hombre cavará y la encontrará."

Entonces los dioses respondieron: "En ese caso, arrojemos la divinidad en el más profundo de los océanos."

Pero Brahma replicó: "No, porque tarde o temprano, el hombre explorará las profundidades de todos los océanos, y es seguro que un día la encontrará y la llevará con él a la superficie."
Entonces los dioses de menor importancia concluyeron: "No sabemos dónde ocultarla, porque tanto en la tierra como en el mar no parece existir un lugar en donde el hombre no pueda alcanzarla algún día."

Entonces Brahma supo: "Aquí, lo que vamos a hacer con la divinidad del hombre es ocultarla en lo más profundo de sí mismo, porque este es el único lugar en donde él nunca pensará en buscarla."

LOS SUEÑOS DEL REY


Había un monarca en un floreciente y próspero reino del norte de la India. Era rico y poderoso. Su padre le había enseñado a ser magnánimo y generoso, y, antes de fallecer, le había dicho:

— Hijo, cualquiera puede, por destino o por azar, tener mucho, pero lo importante no es tenerlo, sino saberlo dar y compartir. No hay peor cualidad que la avaricia. Sé siempre generoso. Tienes mucho, así que da mucho a los otros.

Durante algunos años, tras la muerte de su padre, el rey se mostró generoso y espléndido. Pero a partir de un día, poco a poco, se fue tornando avaro y no sólo empezó a no compartir nada con los otros, sino que comenzó incluso a negarse hasta las necesidades básicas a sí mismo. Realmente se comportaba como un pordiosero. Su asistente personal, que también lo había sido de su padre, estaba tan preocupado que hizo llamar a un rishi que vivía en una cueva en las altas montañas del Himalaya.

— Es increíble -se lamentó el asistente ante el rishi-. Es uno de los reyes más ricos y se comporta como un pordiosero. Te estaríamos todos muy agradecidos si pudieras descubrir la razón.

El asistente le pidió al rey que recibiera al rishi. El monarca convino:

— De acuerdo, siempre que no vaya a solicitarme nada, ¡porque soy tan pobre!

El rishi y el monarca se encerraron en una de las cámaras del palacio. El rey iba vestido con harapos, sucio y maloliente, en contraste con el palacio esplendoroso en el que habitaba.

Incluso iba descalzo y ni siquiera lucía ningún adorno real.

— Estoy arruinado -se quejó el rey.

— Pero, señor, eres rico y poderoso -replicó el rishi.

— No me vengas con zarandajas -dijo el monarca-. Nada puedes sacarme, porque nada tengo. Incluso cuando estos harapos se terminen de arruinar, ¿con qué cubriré mi cuerpo?

Y el rey se puso a llorar sin poder impedirlo.

Entonces el rishi entornó los ojos, concentró su mente y, como un punto de luz, se coló en el cerebro del monarca. Allí vio el sueño que tenía el rey noche tras noche: soñaba que era un mendigo, el más misérrimo de los mendigos. Y, de ese modo, aunque era un rey rico y poderoso, se comportaba como un pordiosero. Logró en días sucesivos enseñar al rey a que dominara sus pensamientos y cambiara la actitud de su mente. El monarca volvió a ser generoso, pero no consiguió que el rishi aceptara ningún obsequio.

Tal es el poder del pensamiento. Así como piensas, así eres. Conquista el pensamiento, y te habrás conquistado a ti mismo.

LA TORTUGA Y LA LIEBRE


Una tortuga y una liebre siempre discutían sobre quién era más rápida. Para dirimir el argumento, decidieron correr una carrera. Eligieron una ruta y comenzaron la competencia. La liebre arrancó a toda velocidad y corrió enérgicamente durante algún tiempo. Luego, al ver que llevaba mucha ventaja, decidió sentarse bajo un árbol para descansar un rato, recuperar fuerzas y luego continuar su marcha. Pero pronto se durmió. La tortuga, que andaba con paso lento, la alcanzó, la superó y terminó primera, declarándose vencedora indiscutible.

Moraleja: Los lentos y estables ganan la carrera.


Pero la historia no termina aquí: la liebre, decepcionada tras haber perdido, hizo un examen de conciencia y reconoció sus errores Descubrió que había perdido la carrera por ser presumida y descuidada. Si no hubiera dado tantas cosas por supuestas, nunca la hubiesen vencido. Entonces, desafió a la tortuga a una nueva competencia. Esta vez, la liebre corrió de principio a fin y su triunfo fue evidente.

Moraleja: Los rápidos y tenaces vencen a los lentos y estables.


Pero la historia tampoco termina aquí: Tras ser derrotada, la tortuga reflexionó detenidamente y llegó a la conclusión de que no había forma de ganarle a la liebre en velocidad. Como estaba planteada la carrera, ella siempre perdería. Por eso, desafió nuevamente a la liebre, pero propuso correr sobre una ruta ligeramente diferente. La liebre aceptó y corrió a toda velocidad, hasta que se encontró en su camino con un ancho río. Mientras la liebre, que no sabía nadar, se preguntaba "¿qué hago ahora?", la tortuga nadó hasta la otra orilla, continuó a su paso y terminó en primer lugar.

Moraleja: Quienes identifican su ventaja competitiva (saber nadar) y cambian el entorno para aprovecharla, llegan primeros.


Pero la historia tampoco termina aquí: el tiempo pasó, y tanto compartieron la liebre y la tortuga, que terminaron haciéndose buenas amigas. Ambas reconocieron que eran buenas competidoras y decidieron repetir la última carrera, pero esta vez corriendo en equipo. En la primera parte, la liebre cargó a la tortuga hasta llegar al río. Allí, la tortuga atravesó el río con la liebre sobre su caparazón y, sobre la orilla de enfrente, la liebre cargó nuevamente a la tortuga hasta la meta. Como alcanzaron la línea de llegada en un tiempo récord, sintieron una mayor satisfacción que aquella que habían experimentado en sus logros individuales.

Moraleja: Es bueno ser individualmente brillante y tener fuertes capacidades personales. Pero, a menos que seamos capaces de trabajar con otras personas y potenciar recíprocamente las habilidades de cada uno, no seremos completamente efectivos. Siempre existirán situaciones para las cuales no estamos preparados y que otras personas pueden enfrentar mejor.


La liebre y la tortuga también aprendieron otra lección vital: ¡cuando dejamos de competir contra un rival y comenzamos a competir contra una situación, complementamos capacidades, compensamos defectos, potenciamos nuestros recursos... y obtenemos mejores resultados!